A la una me dijo que a las dos, a las dos que estaba atrasado y llegaría a las tres. Tomé café mientras esperaba, pero las tres se hicieron las cuatro. A las cinco me llamó para avisar que nos veíamos a las seis. Y a las siete prometió que nos veríamos la semana siguiente.
El fin de semana llegó una vez más. Pasaron la una y las dos. A las tres me avisó que le surgió una complicación. A las cuatro dijo que ya estaba por salir. Y a las seis se disculpó, prometiendo que no volvería a ocurrir.
Los días volaron y el sábado siguiente lo esperé a la una. Pero se hicieron las dos y las tres. El reloj marcó las cuatro, las cinco y las seis. Y cuando se disculpó esta vez, dijo que la tercera era la vencida.
Pero la vencida soy yo. Chau.