Buenos Aires es una ciudad ecléctica, con edificios que recorren desde la era colonial al postmodernismo. Que recuerda al neoclásico y se adorna en art nuveau. Una ciudad con iglesias góticas y fachadas barrocas. Con todo mezclado.
Buenos Aires es un centro cosmopolita; de edificios y habitantes provenientes de innumerables nacionalidades. Un lugar donde confluyen lo antiguo y lo moderno. Una ciudad pintoresca, colorida y alegre, colmada de misteriosos recovecos. Un laberinto donde todo es posible, donde diariamente transcurren historias de encuentros y desencuentros, casualidades y causalidades.
Buenos Aires es todo eso, pero también es únicamente una ciudad más del montón. Como cualquiera; más grande que algunas, más pequeña que otras. No está a la orilla del mar ni entre montañas y, de hecho, tanto el río como el arroyo están sucios y contaminados.
Es una ciudad ruidosa, con bocinazos y gritos; azotada por el crimen y la pobreza. El transito es una pesadilla, al igual que el transporte público en hora pico. Nada avanza; y los esquizofrénicos carteles políticos con bigotes dibujados por opositores saturan la vista mientras se recorre la ciudad en medio de la rutina.
Buenos Aires es una ciudad que, a pesar de todo, enamora. Atrae. Se llena de curiosos turistas de todos los continentes, y de inmigrantes laboriosos que ven aquí un brillante futuro.
En el mundo la llaman “La París de Sudamérica”, “La ciudad que nunca duerme”. Es el hogar del tango, de Maradona, de Fangio y del dulce de leche.
Buenos Aires es una ciudad sobrepoblada, con problemas de todo tipo. Donde los sueños rotos se reparan y la esperanza renace con el sol de cada mañana. Mi ciudad. Aquella que todo lo permite y todo lo perdona. Donde las amistades florecen y el futuro se palpa con la punta de los dedos. Ciudad extraña, como ninguna otra en el mundo, capaz de volver posible lo imposible. Heterogénea. El lugar propicio para encontrar el amor y perderlo luego, para cruzarse con personajes extravagantes y vivir aventuras de película. Lo bueno y lo malo, blanco y negro. Al igual que en el comienzo de “Historia de dos ciudades” de Charles Dickens, una contradicción constante, un escenario cambiante con actores que interpretan cada día una obra distinta. El lugar donde absolutamente todo es improvisado.
Esa es Buenos Aires.