Vivir en las nubes

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Abrió su paraguas al ritmo de la triste sinfonía del viento y dio un paso al frente, hacia el abismo. La joven soñadora se deslizó suavemente por el cielo mientras hadas de nubes enredaban su cabello.
Y mientras la brisa guiaba su andar por el cielo, ella observaba la ciudad y se preguntaba por qué todo era tan gris. Edificios monocromos, el asfalto sin brillo, vehículos plateados llenos de polvo, los trajes negros y el típico humo de la ciudad que le nublaba la vista.
Una lágrima asomó de sus ojos verdes, pero se retractó al atravesar un arcoíris que manchó aquel vestido blanco que llevaba, dándole el aspecto de una obra de Picasso.
La chica rió al notar que incluso su piel estaba bañada de hermosos colores. Y una vez más bajó la mirada hacía la ciudad y gritó. Tomó tanto aire como pudo y desde lo más profundo de su garganta le avisó al mundo lo hermoso que es vivir en las nubes.
Pero nadie la escuchó. Las personas grises llevaban auriculares a todo volumen para no ser molestados, para ignorar al resto. Prisioneros de la rutina, buscaban escapar a través del aislamiento, encerrándose en una celda aún más pequeña que la ciudad que los encarcelaba.
Consternada ante tanta tristeza, la joven gritó otra vez a las grises figuras que se movían velozmente bajo sus pies. Gritó y siguió gritando en vano, hasta quedarse sin voz.
Y cuando el sol comenzó a esconderse detrás del horizonte, se rindió y pidió al viento en un susurro que la llevara lejos, atravesando las nubes por un camino sin destino. Libre y lleno de sueños.
Cuando la ciudad quedaba ya a sus espaldas y el paraguas zigzagueaba entre las nubes, se prometió que si se cruzaba con una estrella fugaz, desearía que aquel arcoíris descendiera sobre la ciudad, dándoles color y alegría a sus habitantes.

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