Mariano

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Detrás del monte Mufeter se alza una aldea construida en lo alto de los árboles. Una muralla enana de arbustos frutales delimita su perímetro perfectamente circular y cuatro centinelas vigilan día y noche para evitar el ataque de animales salvajes o cazadores de magia.

Cada quince lunas, una caravana abandona la aldea por seis días. El grupo de adultos viaja a través del bosque hasta la ciudad humana de Ribatón para intercambiar productos medicinales por alimentos y abrigo.

Es una costumbre implícita que cualquier elfo que alcanzara el tercer grado mágico puede ofrecerse como acompañante en la caravana. 

Corría el año XXIV de Luna Dorada. La caravana partiría pronto, como siempre lo hacía para abastecer a la aldea frente al invierno que se acercaba sigiloso entre frías ráfagas de viento. En aquella jornada, un joven elfo llamado Mariano insistió e insistió hasta que le fue permitido viajar a Ribatón. Apenas había cumplido diez años, pero sus poderes superaban en gran medida a los de los adultos de la aldea. Llevaba varios ciclos preparándose; soñando con el día en que finalmente pudiese satisfacer su curiosidad respecto de la especie humana.

Partieron raudos. Fueron cuatro adultos y un niño en medio de una civilización que les resultaba extraña e incomprensible.

El resultado de la aventura, si bien fue enriquecedor, desilusionó al pequeño.

Los humanos siempre han tenido la mala costumbre de generalizar todo; acciones, historia, a otros seres e incluso a los habitantes de tierras lejanas. Es un gesto un tanto egoísta, quizás, pero del que les cuesta desprenderse.

La visita a Ribatón no fue excepción a la regla. Mariano presenció escenas de continuo desprecio a los de su clase. Numerosos humanos confundían a los elfos de la caravana y se excusaban alegando que eran todos iguales.

Esto no tenía ni una pizca de veracidad. Y el asunto le molestó al joven que no lograba comprender cómo un humano era capaz de confundir a los elfos adolescentes con los adultos, a los de cabello claro u oscuro.

—No somos todos iguales; al menos nosotros no nos vestimos como los maniquíes de las tiendas —recriminó el pequeño elfo a una mujer anciana.

—Pero todos tienen las mismas orejas y los ojos verdes. Son muy parecidos.

Ese fue el momento en el que Mariano decidió cambiarlo todo.

El elfo no regresó a su aldea, sino que envió una breve carta en la que explicaba su partida. Iba a ser grande. Recorrería el continente forjando poco a poco una leyenda. No habría en el mundo criatura alguna que no reconociera su rostro.

Mariano se dejó crecer el cabello y utilizó sus conocimientos mágicos para tornarlo azul. Luego, pasó tres ciclos cazando un wyvern[1] turquesa con cuyas alas armó una capa que lo protegería del frio y el calor, de flechas y hechizos.

Comenzó su travesía en la cordillera norte, donde se encontraba la capital del reino. Viajó por sinuosos caminos, deteniéndose en cada pueblo y ofreciendo sus servicios en la realización de tareas que se consideraban imposibles. Derrotó a bandidos, rescató prisioneros e incluso ahuyentó a las sirenas que hundían barcos pesqueros en la costa de Yrthar.

Cuando un humano le preguntaba su nombre,  inventaba algo extraño e impronunciable para que debieran reconocerlo por su apariencia

—¿Cómo te llamas? —dijo una mujer en Garthfú.

—Ymxcialextino, a sus servicios —respondió Mariano.

—¿Cuál es el nombre de mi salvador? —preguntó un niño que había caído al rio Grishí.

—Puedes llamarme Graifandertíptaco —dijo Mariano, esbozando una sonrisa.

En pocos años, no había en todo el continente quien no conociera al famoso elfo azul, apodo que le otorgaron por unanimidad tácita al ser incapaces de nombrarlo.

Y cuando su fama traspasó los mares, Mariano se cortó el pelo y volvió a tomar la apariencia que llevaba cuando visitó Ribatón por primera vez.

El elfo regresó sobre sus pasos, visitando nuevamente cada pueblo y ciudad en el que brindó sus servicios. Pero ya nadie se giraba para observarlo y en las tabernas no susurraban a sus espaldas. Cuando intentaba clamar que él era el elfo azul, no le creían, a pesar de las demostraciones de magia.

Para cuando llegó nuevamente a la capital, junto a la cordillera norte, estaba enfadado por el continuo desprecio que los humanos le demostraban.

Volvió a colocarse la capa de wyvern turquesa y se sentó a las afueras de la ciudad. No sabía qué hacer. Despreciaba el desinterés de los humanos, pero no creía en la venganza. Consideró recuperar la imagen que le dio fama, pero anhelaba ser reconocido por quien realmente era.

—¡Elfo azul! —lo llamó una voz en la distancia cuando el sol ya comenzaba a esconderse detrás del horizonte— ¡Eres el elfo azul! ¡Qué alegría que hayas vuelto! Llevo años esperando tu regreso.

Mariano abrió los ojos y se encontró con una niña pequeña. Una humana que llevaba consigo una bolsa de tela roja.

—¿Sabes quién soy? —preguntó e l elfo, asombrado.

La pequeña asintió con su cabeza y le extendió el paquete.

—Hace casi cuatro años me salvaste de un incendio. Quise agradecerte, pero ya te habías machado —explicó la humana—. No sabía si regresarías, pero de todas formas te tejí un par de medias abrigadas, para que no pases frio en tus viajes.

Mariano sonrió.

—¿Cómo pudiste reconocerme? —preguntó, lleno de curiosidad—. Me veo como cualquier otro elfo.

—Eso no es cierto —afirmó la niña—. Tus ojos son más claros que los de otros de tu especie, y tienes una sonrisa inconfundible. Tu forma de caminar también es única, al igual que el pequeño lunar junto a tu oreja. No importa de qué color tengas el cabello, es imposible confundirte con otra persona.

Mariano comprendió entonces que no importaba la fama de su semblante y que sus seres queridos siempre sabrían quién era. Daba igual si algunos lo confundían; era imposible recordar cara rostro.

Él había dejado una huella en el corazón de quienes había ayudado, y ellos jamás lo olvidarían. No necesitaba ser el elfo de ningún color, sino simplemente Mariano, el joven curioso que disfrutaba ayudando a otros.

La leyenda sobre el ser de cabello azul sigue dando vueltas en tabernas y bares. Dicen que ha desaparecido, que ha abandonado el continente. De sus hazañas solo queda un payador llamado Mariano; otro elfo de ojos claros que recorre senderos y canta en verso las aventuras del héroe.

 

Fin

[1] Los wyverns son enormes reptiles alados de la familia de los dragones.

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