Por culpa del peine

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Nada habría sucedido si el peine no hubiese estado allí. Ese maldito trozo de plástico amarillo lleno de marcas de dientes —porque todos mordemos nuestros peines—. El muy osado se escapó de su habitación dentro de mi cartera y corrió hasta acomodarse contra la mesita de luz.

Por culpa de su irresponsabilidad, otras cosas escaparon de mi bolso. Lápices, maquillaje e incluso la agenda.

Sí, sé que el peine es el responsable. Tenía la cara contra la madera de mi mesita de luz y contaba en silencio. Jugaba a las escondidas. Y yo, apurada, debía ir a la universidad para rendir un parcial.

Todo fue culpa del peine. Él ideó el juego y convenció al resto de participar. Mientras tanto, mi cabello era un desastre, mi cara de dormida necesitaba el maquillaje y, obviamente, no podía presentarme en la clase sin un lápiz.

Una vez finalizado el juego, todos regresaron a su hogar, a mi cartera verde. Pero nada pudo evitar que llegara tarde. Como resultado de lo ocurrido, el profesor no me dejó hacer el parcial. Me vi obligada a regresar a mi casa, pero en el camino compré un candadito dorado, para mantener al peine en su lugar en días importantes.

Todo fue culpa del peine. Pero el profesor no me creyó.

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