Conocí a una mujer extremadamente supersticiosa. Guarda los espejos en cajas acolchonadas y hasta tiñó al gato del vecino de blanco. Arregló el calendario de la cocina para que los días trece se convirtieran en doce y medio; y atornilló la cama a la pared del lado izquierdo para poder empezar siempre con el pie derecho.
Pero algo debe estar haciendo mal, porque sigue pobre y sin marido.