La puerta mágica de la familia Gutiérrez

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Quisiera contarles una leyenda que viene pasando en la familia Gutiérrez desde hace varias generaciones. Se trata de un mito que muchos alegan haber logrado comprobar.

En la casa de la abuela Josefina, esa construcción en forma de chorizo en la que vivieron los abuelos de los abuelos de los residentes actuales, existe una puerta mágica.

No es un portal a otra dimensión. De hecho, lleva de la pieza de la anciana hacia el comedor. No hay mucho misterio en eso. Pero es mágica y funciona solo frente a los niños de entre cinco y ocho años aproximadamente.

La descubrió Eduardo en 1874, cuando visitaba a sus abuelos una tarde de primavera. Lo habían castigado por romper una maceta sin querer y estaba obligado a dormir una tediosa y larga siesta en aquella habitación. Claramente, el pequeño no tenía sueño y se sentó en el borde de la cama, aburrido.

Sacó unos pedazos de maceta de su bolsillo y empezó a arrojarlos y atajarlos para distraerse. Hasta que uno cayó detrás de la puerta que se abría hacia el interior de la pieza. Eduardo bufó y saltó del viejo colchón. Caminó hacia la puerta y la cerró. Le pareció extraño ver no uno, sino dos pedazos de maceta.

Entonces, su madre entró y le dio un portazo en la nariz. Se enfadó mucho al ver que su hijo no estaba durmiendo como le habían ordenado y extendió el castigo, suspendiéndole la cena.

Cuando la mujer se fue, detrás de la puerta había tres pedazos de maceta exactamente iguales. No uno ni dos. Tres.

Sin darle importancia al asunto, ahí termina la primera anécdota.

Casi cincuenta años después, Eduardo se había convertido en el abuelo y su pequeño nieto, Julián, lo visitaba cada fin de semana. Una tarde, Julián apoyó sus canicas en la cama de Eduardo. Una se cayó y rodó hasta quedar atrapada detrás de la misteriosa puerta despintada. Al igual que su antecesor, Julián cerró la puerta y se encontró con dos canicas idénticas.

Él no era un niño tonto. Sabía que solo una había caído. Sorprendido, volvió a abrir y cerrar la puerta hasta obtener cinco canicas iguales. Luego, el truco dejó de funcionar. Hizo lo mismo el fin de semana siguiente con caramelos. Luego probó incluso con piedras y hormigas. Sacó una conclusión. Las hormigas no se habían multiplicado, lo que significaba que el truco no funcionaba con seres vivos. Las piedras de mayor tamaño tampoco dieron resultado. Seguramente existía algún tipo de límite respecto al peso o algo así. Además, la magia tampoco le devolvía más de cinco copias de cada objeto, y dejaba de funcionar por un par de horas hasta poder ser reutilizada.

Pero su abuelo murió poco después y la casa quedó abandonada por más de una década, hasta que sus padres se divorciaron y Julián se fue a vivir a la construcción chorizo con su madre. Eligió para él la habitación que solía pertenecerle a Eduardo y recordó el truco. Lo intentó una y otra vez, mas nada ocurrió.

Decepcionado, creyó que se trataba de un recuerdo inexistente, que lo había soñado. Sin embargo, eso cambió cuando su hija, Martina, dejó caer una moneda de un centavo que rodó hasta el misterioso lugar.

Julián leía en su cama cuando oyó que su hija le decía “encontré dos monedas”. La puerta volvía a funcionar, pero solo en manos de la pequeña, que tomó por pasatiempo el clonar moneditas de uno y cinco centavos.

Así, Martina, su hija, su nieta y, ahora, su bisnieto, se pasan las tardes clonando objetos pequeños en la vieja puerta que ya no cierra del todo y, a veces, se confunde. Después de mucho uso, cuando ponen una moneda les devuelve una piedra, un botón o un fideo.

La casa se está por venir abajo. Ya le han ofrecido a la familia varias buenas ofertas de arquitectos que quieren construir un edificio en el terreno. No quedan más casas chorizo en el barrio, pero los Gutiérrez se niegan a abandonar la construcción.

Invitan a vecinos, amigos, familiares, jardines de infantes y canales de tv. La puerta se ha convertido en una atracción famosa de la ciudad de Buenos Aires. Aparece incluso en las guías de turismo.

Me duele admitirlo, pero le queda poca vida. La puerta cuelga de una sola bisagra, no tiene manija y hace un ruido infernal cuando se la mueve. Pero funciona. No es perfecta, se equivoca seguido y hay días en los que se niega a clonar.

Pero está allí. Existe. Es la puerta mágica de la casa chorizo de los Gutiérrez. Yo la vi con mis propios ojos cuando era niña. Yo multipliqué un diente que se me acababa de caer y engañé al Ratón Pérez.

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