***Versión anterior a las correcciones. Pueden leer la historia final EN ESTE ENLACE, y pueden tambier escuchar la versión en AUDIOLIBRO gratuita***
A principios del 2012 se montó en Campana una exposición de arte cuya temática giraba en torno al fuego, pero el evento tuvo que ser cancelado.
Los diarios hablaban de problemas entre los organizadores, mas quienes estuvieron allí afirman que el problema fue otro.
Una de las obras que iban a exponerse era una instalación llamada La celda de los condenados. Al parecer, quienes se aventuraron dentro de la obra enloquecieron.
La celda de los condenados se convirtió en una leyenda urbana muy popular en internet. Aquella instalación estaba basada en una historia del escritor inglés Clive Barker, en la cual se hablaba de una pequeña habitación espejada dentro de la cual las personas perdían su alma. O algo así. Nunca leí el cuento original.
Es hora de separar el mito de la verdad.
Todo comenzó a principios de junio. Estaba transcribiendo una entrevista a Ignacio Corsafál, el autor del afamado libro de terror Tormenta de ángeles caídos; cuando recibí un mensaje de texto preguntando si podían llamarme. Había borrado aquel contacto hacía ya bastante tiempo, por lo que no sabía quién era el remitente. De todas formas, le dije que sí.
Enseguida, el celular comenzó a sonar. Atendí.
Se trataba de Romina, una ex compañera del secundario a la que casi había olvidado por completo. Nunca nos habíamos llevado bien, posiblemente porque todos en el curso creían que yo era una loca obsesionada con los muertos. La cuestión es que esta chica necesitaba mi ayuda. Y luego de un breve saludo, dio inicio a la explicación.
—Che, disculpá —comenzó a decir, con cierta timidez—. Sé que no te caigo del todo bien, pero escuché que te gusta investigar cosas raras.
No contesté.
—La cuestión es que mi novio desapareció —admitió—. Él es pintor. Nos invitaron a una exposición al aire libre en Campana, cuya temática era el fuego. Ahí había una obra… una instalación un tanto peculiar.
—¡Para! ¿Esa que cancelaron porque desapareció gente? —pregunté. El tema se estaba volviendo más interesante. Acababa de leer algo sobre ese caso en internet, aunque casi no había información al respecto porque los empresarios que organizaron el evento se negaban a brindar testimonio alguno.
—Sí —confirmó Romina—. Como te estaba diciendo, había una obra que se llamaba La celda de los condenados. Era algo así como una pequeña caja del tamaño de un baño portátil. Adentro era toda espejada con lucecitas rojas. El artista la terminó de montar el día anterior a la inauguración.
—Aja… —contesté, algo confundida. El tema era aún muy reciente y no había repercutido demasiado.
—El hombre invitó a los demás expositores a entrar a la instalación. Dijo que el sonido estaba aislado por lo que no escucharíamos nada del exterior. La idea era que las luces y los espejos te hicieran sentir como si estuvieras en el infierno. El primero en entrar fue Gastón, mi novio. Estuvo ahí casi cinco minutos. Como no salía, el artista abrió la puerta —explicó, con la voz entrecortada.
—¿Y tu novio había desaparecido? —pregunté.
—No. Peor. Salió corriendo, semi desnudo y gritando. Pasó tan rápido que no lo pudimos parar. La policía lo está buscando, pero no sabemos dónde puede estar. —Romina comenzó a llorar.
—No tiene nada que ver conmigo —suspiré. Estaba decepcionada. No existía nada paranormal en el asunto.
—¡Esperá! No termina ahí —gritó la chica, rogando por mi atención—. Mientras algunos nos preocupábamos por Gasti, otro tipo entró a la caja… —hizo una pausa—. Nadie se dio cuenta, hasta que un par de horas después, uno de los organizadores preguntó por él. Lo buscamos por todos lados, hasta que a mí se me ocurrió abrir la instalación. Fue horrible —dijo con voz temblorosa—. El pobre hombre estaba tirado en el piso, desnudo y con mucha sangre. Me desmayé. Después me contaron que se había clavado los dedos en los ojos como si se los hubiera querido sacar. Al parecer, lo arrastraron afuera de la exposición y llamaron a una ambulancia. Pero que en algún momento se levantó y salió corriendo.
—¿Y qué querés que haga? ¿Qué me convierta en Sherlock y encuentre a tu novio?
—No. De eso se encarga la policía. Me gustaría que me acompañes a la exposición e investigués qué le pasa a la gente que entra a esa cosa; debe estar endemoniada o algo
—¿O sea que sigue en pie?
—Sí. La policía arrestó a la artista pero pidió que dejemos la evidencia en su lugar. Tengo miedo.
Y así comenzó la aventura. Decidimos encontrarnos en Campana el siguiente fin de semana. Pero como yo no tengo auto, le pedí a Mariano y a su novia que me llevaran. Maru es mi mejor amigo. Nos conocimos en la universidad. Ambos compartimos el gusto por lo sobrenatural y su novia simplemente nunca la deja solo por cuestiones de celos.
El viernes por la noche preparé una mochila con mis elementos de investigación. Llevé un lector de energía, mi linterna, una cámara fotográfica especializada para lugares oscuros y la grabadora. Actualicé el blog y me fui a dormir.
Al día siguiente, sábado, me encontré con Maru y Andrea enfrente al Obelisco. Comimos algo por ahí cerca y emprendimos viaje hacia Campana. Una vez allí, llamé a Romina y le pregunté dónde estaba. Siguiendo sus indicaciones, nos dirigimos al hotel donde se hospedaba.
Le pedí que nos contara con lujo de detalles todo lo que recordaba sobre el día de las desapariciones. La historia era extraña y difícil de creer. Por un momento temí que me estuviera haciendo una broma, pero las lágrimas que escapaban de sus ojos al hablar de Gastón eran reales.
Nos pasamos la tarde recorriendo Campana mientras compartíamos posibles teorías sobre fantasmas y demonios que podrían habitar en aquella instalación. Luego, cenamos en una parrilla. Les pedí a todos que no tomaran cerveza para poder analizar el sitio lo mejor posible.
Eran las once y pico cuando pagamos la cuenta y subimos al auto de Maru para ir a la exposición. O lo que quedaba.
Tan tétrico como cualquier sitio abandonado, el complejo al aire libre parecía salido de una película de terror de los ‘90. No quiero detenerme mucho en los detalles, así que haciendo un paneo general, les puedo contar que los carteles publicitarios, adheridos a las rejas a lo largo de todo el perímetro, estaban descoloridos, los atriles de madera caídos, el pasto crecido, etc. Saqué un par de fotos que subiré apenas encuentre mi cámara.
Y en el fondo, lo único que quedaba en pie era La celda de los condenados. Sin dudarlo, nos dirigimos hacia allí. A simple vista, parecía una vieja cabina de teléfono o un baño portátil clausurado. Por fuera estaba pintado de algún color oscuro totalmente liso. La puerta tenía una manija plateada con el nombre de la instalación grabado.
Iba a entrar cuando Maru me puso una mano en el hombro. Su novia tenía miedo y quería regresar al auto. Suspiré y le dije que no había problema. Él la acompañó y nos pidió que esperáramos para entrar porque él también quería ver qué pasaba.
Asentí y me senté en el pasto, al costado de la instalación. Romina hizo lo mismo, abrazándose a sus piernas y perdiéndose en sus propios pensamientos mientras observaba el cielo estrellado.
Reí al notar que nos estábamos separando; error común que comenten los protagonistas de cualquier historia de terror. La adrenalina recorría mis venas. Moría de ganas por averiguar si había algo sobrenatural en aquel cubo. Cerré los ojos por un instante, repasando el plan en mi mente. Todos entraríamos a la instalación salvo por Romina, quién abriría la puerta cada diez segundos para asegurarse que nada nos ocurriera.
Esperamos. Esperamos y seguimos esperando por un buen rato. Mariano no había vuelto y yo comenzaba a preocuparme. A lo lejos, el auto seguía apagado y parecía vacío. Por un instante me enfadé, creyendo que la parejita feliz estaba besuqueándose por ahí. Entonces escuchamos un grito. Era Andrea.
Desde nuestra ubicación, la vimos correr hacia la ruta. Estaba sola. Me puse de pie inmediatamente, ayudé a Romina a hacer lo mismo y nos dirigimos hacia dónde estaba la chica. Corrimos. Me apuré lo más que pude, dejando atrás a Romina.
Finalmente alcancé a Andrea, que se estaba esforzando mucho por abrir la puerta del auto que parecía estar trabada. Tenía las manos transpiradas y en su rostro su rostro reflejaba pánico.
Sin preguntarle qué había pasado, la ayudé a abrir la puerta y los tres subimos al auto. Andrea lo encendió, pero el vehículo no arrancaba. Le pregunté si estaba bien y dónde estaba Maru. Llorando me dijo, “no sé, muerto. Un loco nos vio y empezó a disparar.”
Grité. Quise bajar del auto pero la puerta estaba trabada nuevamente. Entonces, recordé que no había escuchado ningún disparo. Le rogué a Andrea me ayudara a salir del auto. Bajé del vehículo a gran velocidad y comencé a correr en busca de Maru.
Fue entonces cuando algo me agarró por los tobillos y comenzó a arrastrarme. Yo estaba de cara al piso, así que no pude ver a mi atacante. Escuché la voz de Romina puteando a alguien, el vehículo finalmente en movimiento y una puerta que se abría a mis espaldas y se cerraba nuevamente poco después. No necesité levantarme; la luz roja que inundaba el lugar me fue suficiente para saber que estaba en La celda de los condenados.
Cerré los ojos y oí que alguien susurraba mi nombre.
—Sofy —era la voz de Romina—. Estabas gritando. Me asusté.
Abrí los ojos. Me había quedado dormida mientras esperaba que Mariano regresara. Estaba toda transpirada y con la respiración agitada por la pesadilla. Le había dado tantas vueltas al caso que terminé soñando con ello.
—Perdoná —me disculpé. Luego, dejé escapar un bostezo.
—Estoy preocupada por tus amigos —admitió la chica.
—¿Eh? ¿Se fueron hace mucho? —pregunté, desconcertada.
—Y… hace como media hora —contestó Romina, revisando su celular.
Me puse de pie—. Vamos a buscarlos —sugerí.
Caminamos ida y vuelta al auto, luego alrededor de las demás obras. Intentamos llamarlos por teléfono y gritar sus nombres.
No contestaban.
Tuve una idea. —Che, ¿puede ser que vos también te hayas quedado dormida? —pregunté.
—Yo que sé. Capaz.
Corrí nuevamente hacia La celda y abrí la puerta, desesperada. Había alguien adentro, pero estaba muy oscuro como para reconocer la figura. —¿Maru? —pregunté. Pero la sombra se abalanzó sobre mí y mordió mi hombro.
Abrí los ojos, nuevamente bañada en transpiración. Miré a mi alrededor. Estaba sentada afuera de la celda, Mariano se encontraba a mi lado.
—Perdón —volví a disculparme—. Esta cosa me está dando muchas pesadillas.
—No hay drama —contestó él.
—¿Dónde están las chicas? ¿Ambas se quedaron en el auto? —le pregunté.
—¿Qué chicas?
–No te hagás el pelotudo. Romina, la muchacha rubia que nos contó sobre su novio desaparecido y Andrea, tu noviecita —expliqué de mala gana.
—No sé de qué me estás hablando ¿tiene algo que ver con la novela esa de terror que estabas escribiendo?
—No, tarado. Hablo en serio.
—Sabés que sigo destruido desde que Andrea me dejó. Por favor ni me la nombrés —se mordió el labio—. Además, ya te lo pedí antes. No quiero que su personaje protagonice tu novela de terror. Si hasta me habías prometido que ibas a inventar algo así como que una vieja amiga tuya te había rogado que vinieras a investigar.
Estaba confundida. Al parecer, no solo estaba teniendo pesadillas, sino también confundiéndolas con la realidad. Mariano estaba más que convencido sobre nuestro viaje, solos, hasta Campana para sacar fotos que yo utilizaría en la novela que estaba escribiendo. Pero en mi interior intuía que eso no era cierto. Recordaba a la perfección el llamado de Romina y la cena de aquella noche.
Miré a mi alrededor. Nada parecía estar fuera de lugar. Aún no había entrado a la instalación y ya estaba enloqueciendo.
—Perdoná, no sé qué me pasa —me froté los ojos con las manos—. Supongo que soñé con la novela. Creí que Andrea y Romina estaban con nosotros, a punto de entrar al coso este.
—Seguro que eso es más interesante que escribir sobre un amigo con problemas de depresión que se suicidó porque la novia lo abandonó —respondió Mariano.
—¿Qué?
—Eso. Que se me ocurrió que este sería un lugar lo suficientemente desolado—. Maru sacó revólver de su morral y se lo metió en la boca. Disparó.
Grité, con la vista clavada en lo que solía ser la cabeza de mi mejor amigo. Sentí nauseas, ganas de vomitar. Era más que conveniente para Maru que su viejo fuese policía. Pero ¿por qué? Me pregunté. Estaba llorando, asustada y cubierta de sangre. Entonces, una sombra negra abandonó el cuerpo de Mariano. ¿Su alma? ¿Un espíritu maligno que lo estaba poseyendo? ¿El diablo? Quién sabe…
Intenté volver a gritar, mas la voz me falló. Me puse de pie y empecé a correr en dirección al auto. Pero no lo encontré. No estaba estacionado dónde yo creía. Entonces, me di vuelta y noté que el cadáver de Mariano había caído al piso, fuera de mi vista. Siento ganas de vomitar con solo recordar la escena, la sangre y… todas esas cosas que mi estómago no resistiría escribir y ustedes no desearían leer.
Saqué el celular del bolsillo e intenté llamar a la policía, pero la batería se estaba agotando. Me encontraba a mitad de la nada, no había autos transitando la ruta y el vehículo de Maru había desaparecido.
Entonces, algo me agarró por el cuello, sacudiéndome con furia. Me esforcé por ver el rostro de mi agresor, pero al girarme me encontré con la silueta negra sin rostro. Poco a poco perdí el conocimiento.
Seguramente se imaginan lo que pasó. Me desperté nuevamente luego de una horrenda pesadilla. Posiblemente la peor de todas. Pero en esta ocasión no me encontraba fuera de la celda con Romina, sino en una habitación de hospital. Me pregunté si Mariano realmente habría muerto; después de todo, lo conocía lo suficiente como para saber que realmente se quitaría la vida si Andrea lo dejara.
—¡Sofy!
Conocía esa voz. Era Maru. Seguía con vida.
Doce segundos. Ese es el tiempo que estuve dentro de La celda de los condenados. No recuerdo siquiera haber entrado. Por lo que me contaron, no pude aguantar la ansiedad y abrí la puerta antes que Mariano regresara de dejar a su novia en el auto. Romina se había quedado dormida y no notó mi ausencia.
Cuando Mariano regresó, se preocupó al no verme y entró a gran velocidad a la caja negra. Dijo que me encontró en el suelo, aún consciente. Estaba gritando mientras me arrancaba mechones de cabello con las manos.
No lo recuerdo. Pero debe ser verdad, porque tuvieron que raparme cuando me internaron.
Ya pasó casi un año desde el incidente, y el pelo me llega a los hombros. Romina dice que la policía encontró a los dos desaparecidos, muertos. Gastón falleció por hambre, y el otro hombre de desangró en un descampado. La celda de los condenados fue desmantelada y su creador liberado. Los medios de comunicación mintieron sobre el tema, ocultando ambas muertes.
Aún no sé si la instalación tenía un efecto psicológico o si estaba realmente habitada por un ser del inframundo. Tampoco quiero averiguarlo. No deseaba crear esta entrada en el blog, aunque recientemente he leído muchos artículos online donde especulan sobre lo sucedido y la verdad detrás del misterio. Algunos hablan de demonios, otros de espíritus.
Y yo…
Cada tanto sigo teniendo pesadillas en las que estoy fuera de la celda y algo sucede. Algo espantoso. A veces no sé qué es real y qué es onírico. Incluso me pregunto si sigo adentro, sin saberlo.